13 Ene
Cuando el animal sale de su descanso observamos que lo hace porque siente peligro y se prepara para escapar de su depredador o porque tiene hambre y sale en busca de una presa. El animal, de este modo, sale a explorar el mundo que le rodea. Y una vez cubierta su necesidad de alimentación, de supervivencia o de sexo, vuelve a recostarse y duerme plácidamente.
A simple vista el sentido de exploración del animal es muy básico. Por sentido de exploración entendemos el contacto que el ser vivo tiene con su realidad. Y el del animal llega hasta donde le mueven sus instintos. Observamos que es un ser cuya vida ya está completa, ya es lo que tiene que ser. No tiene deseo de saber, y puede pasar toda la vida ignorando; no tiene el deseo de establecer vínculos que lo comprometen, y puede pasar toda su vida satisfaciendo sus necesidades; no tiene el deseo de trascender, y puede pasar toda su vida sin preocuparse ni ocuparse de nada importante. Y por eso el animal no procrastina, ni se deprime, ni padece de ansiedad.
En el caso de la persona, en cambio, el sentido de exploración es muy distinto. No solo está en el mundo, sino que se encuentra en él y con él. Tiene deseo de conocer, no le da lo mismo vivir en la ignorancia; tiene el deseo de establecer vínculos con los demás; tiene el deseo de trascender. Tiene un modo singularísimo de situarse en el mundo y, con éste, una vida única. Aunque ha recibido su vida como un don va descubriendo que ésta aún no está completa, que es una tarea, y que debe realizarla.
En el caso del niño observamos que en sus primeros meses de vida su mundo es sus papás. Para el bebé no hay distinción entre la realidad y sus deseos: llora y pronto se le atiende. Pero en él se va perfilando la complejidad de su mundo interior. En el contacto con los padres el niño poco a poco irá conformando una idea de sí mismo, un modo de relacionarse con otros y un modo de situarse en el mundo. Así también, a través de la experiencia, construye las bases de su personalidad.
De este modo, observamos que el mundo interior del niño es mucho más rico que el de un animal, y más descubrimos aun cuando entra en contacto con su entorno: el niño se mete los juguetes a la boca, se da cuenta de que su mamá no siempre está ahí para mimarlo, mete los dedos en el enchufe, su padre le va enseñando el mundo de la ley. Y con este sentido de exploración, con el que el niño va abriéndose al mundo, ya comenzamos a observar el deseo de saber, de establecer vínculos, de trascender, etc. Poco a poco, en el proceso educativo, el niño deberá darse cuenta de que debe salir al mundo para realizarse.
Sin embargo, al entrar en contacto cada vez más directo con la realidad, se da cuenta de que el mundo es problemático: sus deseos no siempre son satisfechos, la gente tiene defectos, él también tiene limitaciones. La cuestión es que algunos niños -con personalidad segura- tendrán herramientas para responder a los retos que le pondrá el destino: se dejará ayudar, creerá en sí mismo, etc; mientras que otros -ansiosos, evitativos o inseguros- buscarán evitar la exploración del mundo real, acudiendo a sucedáneos -reemplazos- de esa realidad.
En las últimas décadas, frente al riesgo que supone la realidad, se ha venido desarrollando el mundo de lo que Byung Chul Han llama las No cosas, un entorno en el que el sentido de exploración queda aparentemente cubierto: se tiene dominio de la situación, se obtiene reconocimiento, etc. Parece que aquellos deseos que el hombre cumplía explorando y encontrándose con lo real, hoy son cubiertos con videojuegos, redes sociales, etc. Pero el reemplazo de lo real genera el incremento de patologías que hablan de una distorsión en el modo de situarse en el mundo: TDH, depresión, ansiedad, etc. Si vamos al fondo de la cuestión observamos en la actualidad el desarrollo de un estilo de vida que pretende reducir el sentido de exploración del hombre al nivel del animal (sin necesidad de saber, de vincularse, de trascender). Pero la diferencia con el animal es que el hombre se siente insatisfecho: viene el vacío, la indiferencia, el aburrimiento, etc. Se promueve un estilo de vida que no atiende las necesidades espirituales de las personas.
Al sentir el riesgo de la realidad lo más sensato que hace el niño es volver a su base segura, es decir, a aquellas personas con las que ha desarrollado vínculos importantes. El niño confía, percibe que hay alguien que sabe más que él, y allí encuentra la fuerza para volver al mundo. En este ir y venir en un mundo complejo, en el que no está solo, sino que cuenta con otros, la persona realiza un sentido de exploración de toda la realidad: de sí mismo, de los demás y del mundo. Esta apertura a todo lo real hace, como señala Aristóteles, que el hombre pueda llegar -en cierto modo- a ser todas las cosas.
El peligro al que se enfrenta este sentido de exploración cabe recalcar, es un estilo de vida que no lleva a buscar, que no lleva a salir de la zona de confort. Cuando el ideal es la calidad de vida, entendida principalmente como bienestar material, el hombre se queda pequeño sobre un mundo que él mismo ha construido y que, al parecer, tiene controlado. Por eso Paloma de la Elegancia del Erizo dirá que ella ansía las estrellas, pero que los adultos le han construido una pequeña y cómoda pecera.
Gabriel Capriles
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