13 Ene

En una época en donde el hombre construye ascensores, aún algunos se plantean subir el Everest (Viktor Frankl). Y es que, dentro de las facilidades que la persona puede conseguir con la técnica, se mantiene el deseo de ir más allá. El deporte, en este sentido, se convierte hoy en un camino de ascesis moderno con el que el hombre manifiesta un deseo de superación.

El deportista se caracteriza por perseguir una meta, proponerse un objetivo que desea alcanzar: romper un récord, prepararse para correr una carrera, obtener una medalla, etc. Y a partir de esa meta su vida va adquiriendo intensidad: se autoimpone una disciplina y realiza unos entrenamientos. La renuncia se convierte en parte razonable e indispensable de su vida. Su vida es algo serio. Se mantiene vigilante, pues algún descuido puede impedirle alcanzar aquello que se ha propuesto.

La mentalidad deportiva contrasta en nuestra época con la mentalidad de espectador, que también se observa en el mundo del deporte. La vida de aquel que sólo especta se mantiene tensa mientras la emoción dura y mientras la vida de otros le transmiten cierta intensidad.

El espectador es aquel que busca la emoción, pero no se preocupa por perseguir aquello que la causa. El deporte se convierte para él en un espectáculo que le otorga cierta intensidad a su vida, pero no persigue nada propio. Objetivamente su vida carece de fuerza. El fin del espectáculo se convierte para él en una decepción, y por eso debe buscarlo continuamente. Y debemos considerar -como diría el jefe de bomberos Beatty de Fahrenheit 451- que nuestra civilización lo proporciona en grandes cantidades.

La pérdida de la mentalidad deportiva en nuestro tiempo, a la que ha contribuido inmensamente la industria del entretenimiento, desvela en la sociedad actual una pérdida evidente de futuro. Cuando lo que el hombre hace carece por completo de orientación, cuando no se dirige hacia algo o hacia alguien, cuando no se actúa «con el fin en mente» -diría Covey-, la vida pierde por completo su intensidad: da lo mismo si algo se hace o no se hace, da lo mismo si se hace bien o mal. Viene la apatía y la indiferencia. Y esto, una sensación intensa, una «sensación de cima», no lo puede arreglar.

Es cierto que algunos se plantean una meta, se comprometen, se dirigen hacia algo que consideran valioso; pero también es cierto que la mayoría le invita a no hacerlo, a no recorrer ningún camino. Le invita constantemente a mantenerse con mentalidad de espectador; a movilizarse tan sólo por una especie de necesidad del espectáculo, de la distracción, de la satisfacción inmediata. Disfrutar sin encaminarse hacia ningún sitio, sin tener que hacer ningún esfuerzo.

La mentalidad de espectador trae consigo lo que Jacques Biel llama los tullidos de corazón: personas que aspiran a muy poco y se conforman con vivir lo que Julián Marías denomina una «vida mínima». Estos hombres a veces observan la posibilidad de algo distinto, pero el miedo al esfuerzo les hace claudicar: «por debilidad, por cobardía, por no atreverse, por falta de amor, se reduce la vida a un nivel inferior al posible». Estas personas, continúa Marías, se traicionan a sí mismas: «pecan contra la vida misma, contra la empresa personal en que consiste, contra sus posibilidades, de las que hay que dar cuenta».

Esta actitud de espectador que trae como consecuencia la vida mínima se caracteriza, según Marías, por la avaricia vital (el no dar y el no darse), por un afán de seguridad que cohíbe la vida, por el temor a arriesgarse, por la pereza que busca evitar el esfuerzo y el cansancio, por la soberbia y por la envidia. Lo que caracteriza, en cambio, a la mentalidad deportiva es «la generosidad, los deseos, la magnanimidad, la capacidad de interesarse por las cosas y, sobre todo, por las personas. En suma, el amor, último motor de todo esto, clave de una manera de entender la vida» (Marías).

La esencia de la mentalidad deportiva, la proyección e intensidad que el atleta adquiere para movilizarse hacia una meta, nos invita hoy a rescatar lo mejor del deporte y a aplicarlo a tantas áreas de nuestra vida. Si el hombre de hoy se dirigiera hacia algo que valiera la pena, si sus acciones siguieran una misma dirección -distinta a la que propone el mercado, la presión de la mayoría y los medios de comunicación- tendríamos como consecuencia un conjunto de hombres cuyo esfuerzo y sentido ayudarían a perseguir y a realizar proyectos realmente valiosos.

Gabriel Antonio Capriles Fanianos.
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