13 Ene

En la época actual es común que la persona se concentre en todo lo que ella, como individuo, puede hacer. En todo lo que ella puede lograr, los éxitos que puede alcanzar, la plata que puede ganar. Pero lo cierto es que las cosas más importantes de nuestra vida: la misma vida, nuestros talentos, nuestra familia, el amor de nuestros padres y nuestra fe, no es algo que hemos conquistado ni que nos merecemos. Son sencillamente realidades por las que estar agradecido.

El agradecimiento nos hace recordar lo que verdaderamente importa en nuestra vida, y nos lleva a trabajar para que eso no muera, para que crezca, para que se multiplique. En la parábola de los talentos nos encontramos con dos personas agradecidas. Cada una recibe una cantidad de talentos distinta y el agradecimiento las lleva a trabajarlos, a multiplicarlos según su capacidad. La conciencia del regalo recibido abre paso a la generosidad, a devolverle al dador de esos dones mucho más.

El olvido de que lo que tengo me lo han regalado, me lleva, por un lado, a olvidarme de aquel que me lo ha dado. Y, por otro lado, a pensar que más importante que eso que se me ha dado es aquello que yo consigo. La falta de agradecimiento hace que no demos en el clavo con nuestros talentos, y tampoco con lo que somos. Nuestra identidad, nuestra forma de ser, es algo que en buena medida hemos recibido, pero esta incapacidad para recibir ese regalo nos hace desaprovecharlo, y pensar -erróneamente- que lo importante no son estas realidades, sino todo aquello que consigo con mi esfuerzo.

Aparece, entonces, el hombre ocupado. La persona que «deja de considerar lo importante y se moviliza frenéticamente por lo urgente». Toda su vida la convierte en un problema, en un asunto que él puede solucionar. Y tan concentrado está en hacer su suerte, que deja de considerar que no todo es un problema sino que hay muchas cosas en su vida que no dependen de él. Deja de considerar que su vida también está llena de misterio: la relación con los demás y con Dios, los pequeños detalles de cada día, el dolor, el amor, la muerte, etc. Y es que, sin misterio, la vida pierde su encanto y uno termina por cansarse, ¿no?

En una cultura globalizada, dominada por el mercado, el hombre se introduce en una lógica muy distinta a la del don. Lo importante, nos señalan, es vivir bajo igualdad de oportunidades para que cada uno haga su propia vida. Y partiendo del mismo punto, empieza una carrera por conseguir lo que cada uno debe llegar a merecer. Esto se hace negativo cuando convierte la vida en una carrera, cuando lo importante es la competencia que aísla al hombre de lo común, cuando lo lleva a concentrarse de tal manera en su bien individual, que termina conformando un estilo de vida en el que difícilmente entran los demás. «Cada uno construye su propia suerte. Si es buena es porque te la mereces, pero si es mala, también». Para el pensador Michael Sandel esto fomenta una desigualdad mayor entre «ganadores» y «perdedores», movida por la arrogancia y la envidia.

En un mundo que funciona bajo la lógica del mercado, aparecen, sin embargo, experiencias como la que nos muestra La Sociedad de la Nieve. En aquel lugar insufrible, los sobrevivientes nos enseñan dos cosas:

Primero, lo que tenemos puede sencillamente no estar ahí (un amigo, una familia, un detalle de cariño, etcétera) y esto me lleva a ser agradecido.

Segundo, un recordatorio: es muchísimo mayor lo que puedo lograr con los demás que lo que yo pueda alcanzar solo. El agradecimiento contribuye a despertar un sentido de solidaridad que me lleva a la colaboración y a la generosidad.

En los sobrevivientes de los Andes no prevalecía, como algunos habrían creído, el instinto de supervivencia. No fue un «sálvese quien pueda, cada uno ocúpese de sus cosas y yo veo cómo hago», sino que prevaleció un espíritu de cooperación marcado, como señala Roberto Canessa, por cinco principios básicos: «equipo, persistencia, afectos, inteligencia y, sobre todo, esperanzas». P. 38. El interés no era solamente sobrevivir, era el de vivir. Pues el animal sobrevive y el hombre vive. Más importante que sobrevivir, para muchos de ellos fue lo aprendido en la montaña. Coche Inciarte, por ejemplo, comenta: «La enseñanza que he recogido es que no hay nada mejor y que dé más tranquilidad de espíritu que brindarse al otro. Este es el principal aprendizaje que he recibido y con él me siento en paz».

Ese «sálvese quien pueda» que muchas veces vivimos en el mundo de hoy se esfuma cuando soy agradecido: cuando me doy cuenta de que hay otras personas ahí conmigo, cuando me doy cuenta que podemos construir algo juntos. En la historia, por ejemplo, unos prefieren arriesgar su vida por el equipo, en vez de reservar energías para salvaguardar su vida. Numa, otro de los sobrevivientes al accidente que muere en la montaña, llega a dejar escrito: «no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos»”. Y Jesucristo, que es quien nos transmite esta enseñanza, muere en una cruz por la salvación de todos los hombres. Esa comunidad que se creó en la montaña tuvo la particularidad de llenar la vida de contenido de cada uno de los personajes. Ninguno se fue vacío, todos se fueron llenos. Algunos que valoran esta experiencia perciben lo que Adolfo Strauch llama El sexto sentido -que podríamos llamarlo sensibilidad espiritual- con el que se descubre lo valioso en nuestra vida. El agradecimiento, podríamos decir, es uno de esos caminos que nos conduce a lo que realmente importa.

Al malagradecido se le pierde de vista este mundo, lleno de cosas valiosas e importantes, que nos permiten vivir como seres humanos y vivir una vida llena de sentido y de contenido. Se sumerge en la indiferencia, en el activismo y en la arrogancia, que no nos permite mirar más allá de la pared. Los adultos, dice Paloma en La Elegancia del Erizo, «son como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo vidrio» Esto sucede porque se han construido un mundo pequeño donde todo lo pueden controlar, donde todo depende de ellos. Y ese peso sin sentido es quizás su peor desgracia. Esto lleva a perderse, como nos enseña la Sociedad de la nieve, lo importante, lo mejor de la vida.

 

Gabriel Antonio Capriles Fanianos
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